Sólo una hemicolectomía 2
Volví a casa después de una terrible noche en esa sala de urgencias de la diminuta clínica, esperando que sólo hubiera sido una mala jugada de mi estómago. Llegué a acostarme en mi cama y descansar de la dura camilla.
Pero, a medida que pasaban los días, mi abdomen seguía inflado y pasaba cada vez más tiempo recostado. Mi estado general de salud iba empeorando lentamente. El médico general de la EPS me examinó y me recetó medicamentos similares a los que ya me habían recetado en Urgencias.
El sábado 24 de Junio, dos semanas después de la primera urgencia, después de salir a caminar y acompañar a mi amigo a la avenida, me acosté en cama de mis padres y me quedé dormido. Después de media hora de sueño, me despertó un fuerte dolor en el abdomen. Me levanté esperando que disminuyera, pero fue empeorando.
Les pedí a mis padres que me llevaran de nuevo a la sala de urgencias. Esta vez no contábamos con vehículo, por lo que tuvimos que pedir un taxi. Fui a la sala a esperarlo, en medio de un terrible dolor que casi no me dejaba ni caminar. La larga espera se hizo eterna, en medio del dolor y del sudor que corría a chorros por mi cara. Sólo atinaba a mirar el piso y tratar de respirar profundamente para mantener el control.
Finalmente, a medianoche, llegó el taxi y fuimos con mi papá hasta la clínica. Bajé del taxi, fui hasta la puerta de vidrio y golpeé tan fuerte como pude para que alguien abriera. Apareció el vigilante y luego el señor que atendía la recepción. Pidió mis datos, pero yo que no estaba dispuesto a quedarme ahí, dejé mi documento con mi papá y traté de llegar, sosteniéndome de las paredes, hasta el cuarto donde tomaban los signos vitales a los recién llegados. Como no había otros pacientes pendientes, el doctor no tardó en recibirnos y el diagnóstico fue el mismo: Gastritis crónica.
Me ubicaron en una camilla diferente a la de la vez anterior, entre otros pacientes que trataban de dormir en las duras camillas. Ahora recuerdo que casi me sentí mal por no poder evitar quejarme ruidosamente mientras el analgésico hacía efecto, mientras mi papá me calentaba las manos entre las suyas.
Finalmente, el analgésico empezó a hacer efecto y pude recostarme para tratar de dormir. Mi papá volvió a casa y me quedé con los demás pacientes en el cuarto. Luego sabría que la señora a mi derecha tenía una espina de pescado atravezada y se la pudieron sacar sin cirugía.
No recuerdo ya a los demás pacientes de esa primera noche, recuerdo a algunos de las otras dos: una joven que se había caído y parecía tener una fractura que resultó siendo algo menor, una mujer joven que tenía dolores de columna por no bajarse de los tacones y una señora, también con dolor abdominal, que trataba de ahuyentar su dolor con el otro que se infligía propinándose puños en el vientre, mientras le gritaba a su esposo que no la dejara morir.
Ir al baño resulto siendo algo caótico al principio. La primera vez por pedir papel al enfermero descolgué la bolsa y la llevé en mi mano. Al llegar donde estaba el enfermero estaba a punto de desmayarme y con la manguera de canalización llena de sangre. Además no había papel higiénico para los pacientes: cada paciente debía procurarse lo suyo. Ya teniendo papel propio debia llevar el atril arrastrado hasta el baño y ubicarlo de manera estratégica para entrar en el diminuto baño y poder cerrar la puerta.
Las noches no fueron más acogedoras: mi estado no me permitía conciliar fácilmente el suelo, tampoco podía sentarme en la camilla para dormir pues podía rodarse o podía caerme. Sentado en una silla tampoco fue la solución. De modo que esas incómodas noches también fueron eternas.
El martes siguiente al mediodía, apenas con fuerzas y capacidad para valerme por mí mismo, me dieron de alta bajo el mismo diagnóstico, con una enigmática infección 'controlada' y en el mismo estado de salud decadente que había comenzado dos semanas atrás. Afortunadamente, llegó mi amigo en ese momento, pudo reclamar los medicamentos y acompañarme a casa en un taxi.
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