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Monday, February 21, 2005

Sólo una hemicolectomía 2

Volví a casa después de una terrible noche en esa sala de urgencias de la diminuta clínica, esperando que sólo hubiera sido una mala jugada de mi estómago. Llegué a acostarme en mi cama y descansar de la dura camilla.

Pero, a medida que pasaban los días, mi abdomen seguía inflado y pasaba cada vez más tiempo recostado. Mi estado general de salud iba empeorando lentamente. El médico general de la EPS me examinó y me recetó medicamentos similares a los que ya me habían recetado en Urgencias.

El sábado 24 de Junio, dos semanas después de la primera urgencia, después de salir a caminar y acompañar a mi amigo a la avenida, me acosté en cama de mis padres y me quedé dormido. Después de media hora de sueño, me despertó un fuerte dolor en el abdomen. Me levanté esperando que disminuyera, pero fue empeorando.

Les pedí a mis padres que me llevaran de nuevo a la sala de urgencias. Esta vez no contábamos con vehículo, por lo que tuvimos que pedir un taxi. Fui a la sala a esperarlo, en medio de un terrible dolor que casi no me dejaba ni caminar. La larga espera se hizo eterna, en medio del dolor y del sudor que corría a chorros por mi cara. Sólo atinaba a mirar el piso y tratar de respirar profundamente para mantener el control.

Finalmente, a medianoche, llegó el taxi y fuimos con mi papá hasta la clínica. Bajé del taxi, fui hasta la puerta de vidrio y golpeé tan fuerte como pude para que alguien abriera. Apareció el vigilante y luego el señor que atendía la recepción. Pidió mis datos, pero yo que no estaba dispuesto a quedarme ahí, dejé mi documento con mi papá y traté de llegar, sosteniéndome de las paredes, hasta el cuarto donde tomaban los signos vitales a los recién llegados. Como no había otros pacientes pendientes, el doctor no tardó en recibirnos y el diagnóstico fue el mismo: Gastritis crónica.

Me ubicaron en una camilla diferente a la de la vez anterior, entre otros pacientes que trataban de dormir en las duras camillas. Ahora recuerdo que casi me sentí mal por no poder evitar quejarme ruidosamente mientras el analgésico hacía efecto, mientras mi papá me calentaba las manos entre las suyas.

Finalmente, el analgésico empezó a hacer efecto y pude recostarme para tratar de dormir. Mi papá volvió a casa y me quedé con los demás pacientes en el cuarto. Luego sabría que la señora a mi derecha tenía una espina de pescado atravezada y se la pudieron sacar sin cirugía.

No recuerdo ya a los demás pacientes de esa primera noche, recuerdo a algunos de las otras dos: una joven que se había caído y parecía tener una fractura que resultó siendo algo menor, una mujer joven que tenía dolores de columna por no bajarse de los tacones y una señora, también con dolor abdominal, que trataba de ahuyentar su dolor con el otro que se infligía propinándose puños en el vientre, mientras le gritaba a su esposo que no la dejara morir.

Ir al baño resulto siendo algo caótico al principio. La primera vez por pedir papel al enfermero descolgué la bolsa y la llevé en mi mano. Al llegar donde estaba el enfermero estaba a punto de desmayarme y con la manguera de canalización llena de sangre. Además no había papel higiénico para los pacientes: cada paciente debía procurarse lo suyo. Ya teniendo papel propio debia llevar el atril arrastrado hasta el baño y ubicarlo de manera estratégica para entrar en el diminuto baño y poder cerrar la puerta.

Las noches no fueron más acogedoras: mi estado no me permitía conciliar fácilmente el suelo, tampoco podía sentarme en la camilla para dormir pues podía rodarse o podía caerme. Sentado en una silla tampoco fue la solución. De modo que esas incómodas noches también fueron eternas.

El martes siguiente al mediodía, apenas con fuerzas y capacidad para valerme por mí mismo, me dieron de alta bajo el mismo diagnóstico, con una enigmática infección 'controlada' y en el mismo estado de salud decadente que había comenzado dos semanas atrás. Afortunadamente, llegó mi amigo en ese momento, pudo reclamar los medicamentos y acompañarme a casa en un taxi.

Monday, February 07, 2005

Sólo una hemicolectomía

Julio 10

Desperté a la 6 am por un fuerte ardor en el estómago. Pensé que sería algo menor y trate de seguir durmiendo, pero no lo logré.

Fui a comer algo que pudiera calmar esa molestia, pero ni el yogurt, ni el queso, ni el jugo lo lograron.

Volví a la cama y el ardor cada vez se hizo más insoportable. Después de un rato, decidí preguntarle a mi madre qué tomar, al fin y al cabo ella tiene experiencia por sus problemas gástricos. Me dió una pastilla y la tomé, pero salió cuando empecé a vomitar.

Durante toda la mañana apenas si pude ducharme y vestirme. Al mediodía decidí ir con mis padres a la clínica. Fue un viaje eterno, aunque la ruta era sencilla nos desviamos un par de veces y eso nos demoró unos minutos. Pensé que nunca llegaría.

Ya en la clínica me registré en URGENCIAS, una enfermera me tomó los signos vitales y tuve que esperar dos horas para que el médico me atendiera. Después de la eterna espera, el médico indicó que tenía gastritis, por lo que me aplicarían Ranitidina y suero, no recuerdo si me aplicaron algún calmante. Supongo que sí, aunque eso sólo fue despues de una o dos horas: había alguien grave en otro lugar de la clínica.

Así tuve que pasar el resto del día y la noche, en una camilla tan dura y estrecha que tenía que darme la vuelta muy cuidadosamente para no caer, mi cabeza tocaba la pared, mis pies tocaban la reja del vidrio y tenía que cambiar de posición frecuentemente por el cansancio de la dureza. Cuando mi familia me visitó, quise tomar un jugo, pero no tardé en vomitarlo. Tenía que seguir sin comer nada.

Finalmente se hizo de día y tenía que esperar que el médico me revisara para poder salir de la clínica. El medico vino, me revisó, me recetó y me dió de alta. Feliz, recogí mis cosas, llamé a mi familia y esperé a que me recogieran. Esperaba que ese fuera el final de esa historia, pero nada más lejos de la realidad.